En el 85´ mi hermano mas grande cumplió un año, primer nieto y mis abuelos paternos le regalaron un caballo, Marnó.
Tuvimos la alegría de poder visitarlo muchos veranos, cuando nos invitaban unos días al campo. Era siempre un hito de esos días de calor: almorzar, comer un durazno debajo del nogal, subir a la caja de la camioneta, llegar a bañarnos en un tanque australiano de agua helada, construir una choza y cuando bajaba el sol ir a ver a Marnó; acariciarlo, y darle sus esperadas ¨gotitas de amor¨ que según mi abuela, a él le encantaban, y eso parecía, todavía se me viene la sensación de sus trompa de felpa arrastrando las pastillitas de la palma de mi mano; para el bien de su salud lo visitabamos una vez al año; pero lo más esperado del día era ver los valientes que se animaban a subirse, algunos con montura, y los mas camperos a pelo, después entre todos lo desensillábamos, y dejábamos descansar. Lo más importante y a lo que viene esta historia es que las historias también se tejen, ahí es cuando todo se une, con tramas, baches o nudos de por medio, se hace una misma línea contando una historia, eso es ¨Marne¨. todos unidos en un Mar de olas, a veces negras, a veces azules por el reflejo del cielo en el agua, a veces Mar de anhelos, que se yo! Aunque a veces baje y retroceda, me haga enorme, también rompa, e intente borrar y tragar huellas de la arena, lo que espero de Marne es que nunca deje de crecer, subir y sacar a flote toda la profundidad, la oscuridad del fondo del Mar haciéndola Luz.
Gracias y Abrazos
Martina!